¿EXISTE
EL AZAR?
-¿Cómo no va a existir?
¿Nunca tiró una moneda a cara o cruz?
-¿A mí me lo pregunta? ¿A
mí, que me he pasado la vida junto a una mesa de póker, que me he
arrastrado por los suburbios de Montecarlo mendigando una ficha y que he
descorchado en Biarritz dos mil botellas de champán después de una noche
de suerte?
-Pero, no hombre, ese azar
que a usted lo tiene atrapado es un azar inofensivo, casi ingenuo.
Cualquier físico podría explicarle que conociendo exactamente todos
los datos sobre la ruleta y la bolilla que rueda sobre ella, la fuerza
con que el ¨croupier¨ la arroja, el rozamiento, los movimientos del aire
y todo lo que contribuye, aunque sea en ínfima proporción, a construir
la trayectoria de la bolilla, se podría calcular con absoluta presición
el lugar donde caerá. Lo mismo que con el mazo de cartas: si usted
supiera la distribución del mazo, puede predecir exactamente qué carta
saldrá. Así de sencillo: lo que se suele llamar azar es pura y simple
falta de información. La trayectoria de la bolilla y la carta que ha
de salir están perfectamente determinadas.
-¿Determinadas, dice usted?
Pero no sea ingenuo, por favor. Yo he apostado mis campos petrolíferos a
las patas de una potranca que casualmente se llamaba YPF, y he perdido. He
jugado minas de diamante al doble cero en Las Vegas y he ganado. ¡Y usted
me habla de que todo está determinado!
-Sí, sí. Determinado, determinismo,
esa es la palabra clave: toda la ciencia que va desde Newton a Einstein
es firmemente determinista: si pasa tal cosa, entonces
necesariamente pasará tal otra. Así nomás: si esta partícula tiene
esta posición y esta velocidad ahora y sobre ella tales y cuales fuerzas,
se moverá así y asá, y no puede hacerlo de ninguna otra forma: yo puedo
calcular su trayectoria futura desde ahora hasta el fin de los tiempos:
puedo predecir todo, absolutamente todo lo que le ocurrirá.
-No me hable de la ciencia,
por favor. Recorra el desierto del Sahara y apueste su última cantimplora
de agua a los caprichos de un dado. Allí aprenderá lo que es la ciencia.
- Pero ¿qué es un dado
sino un conjunto de partículas? ¿Qué fue la batalla de Maipú, sino un
choque entre los átomos que formaban a los patriotas y los enemigos
átomos que presumiblemente formaban a los españoles? Usted y yo estamos
formados por átomos, ¿o no? Y las estrellas, el oro, las neuronas, un
libro, los árboles, las ruletas, los naipes, es decir, el inagotable
universo no es más que una complicada colección de partículas
dispuestas de cierta manera. Bastaría saber cómo se están comportando
todas ellas ahora para poder calcular cómo se comportarán adelante.
-Trate usted de saber cómo
se comportarán todos los naipes de Las Vegas. Inténtelo y verá. ¿Sabe
lo que le puede pasar? ¿Nunca ve televisión?
-El hecho de que tener todos
los datos sea humanamente imposible es una objeción sin importancia,
puramente técnica y lamentablemente humana: el asunto es -o era- que
teóricamente, el futuro se podría predecir, calcular. Ya lo había
resumido Laplace en una frase omnipotente: si se conocieran las
posiciones y las velocidades de todas las partículas del universo, todo
el futuro quedaría explicado.
-No me hable de la plaza. La
plaza financiera es un verdadero garito.
-Laplace, Laplace,
dije yo. El universo es como la ruleta, y si la quiniela, el PRODE, el
color que tendrá el pájaro que se cruzará en mi camino, lo que pensaré
de aquí a un mes, el contenido de un sueño, el instante en que
estallará una estrella parecen azarosos, es que no tengo los datos
suficientes para predecirlos.
-Usted es pura poesía, don.
Le hace falta dedicarse a algo útil. Si tiene unos pesos en el bolsillo
puedo recomendarle un lugar donde los duplica fácil...
-Tal es el credo
determinista: el azar no existe, es pura y simple falta de
información: el futuro se deduce del presente como se deduce el valor
de la incógnita en una ecuación.
-No me venga con ecuaciones.
Le apuesto lo que quiera a que eso no funciona.
-Y tal vez ganaría. Porque
resulta que en este universo determinista apareció el azar apenas se
quiso explicar el microcosmos.
-¿Vió? Yo le decía.
-Las leyes que rigen el
comportamiento del mundo atómico (dadas especialmente por la mecánica
cuántica) están formuladas en términos de probabilidades, y las
partículas son descriptas en términos probabilísticos. Se puede
saber con qué probabilidad un electrón está aquí o allá, pero no dónde
está exactamente. Se puede saber en cuánto tiempo un gramo de uranio
se reducirá a la mitad, pero no cuándo un determinado átomo se
desintegrará. La desintegración de un átomo en particular parece
ocurrir de manera totalmente azarosa. Pero ya no es un azar debido al
desconocimiento, como en el caso de la ruleta, sino que es un azar
intrínseco, inherente a la naturaleza. O por lo menos, eso parece.
-¿Usted me quiere decir que
tenemos que reunirnos alrededor de una mesa, agarrar un átomo radiactivo
y apostar al momento en que se desintegrará para tener el verdadero azar_
-Eso es exactamente lo que
le quiero decir. Para un determinista, es un hueso duro de roer este
asunto del azar metido en la naturaleza con entidad propia. Es difícil de
aceptar, no todos lo aceptan, y entre quienes nunca lo aceptaron, estuvo,
notoriamente, nada menos que Einstein, quien resumió sus críticas
a la interpolación del azar en la naturaleza en una frase: Dios no
juega a los dados.
-¿Que no juega a los dados?
¿Cómo que no juega a los dados? Pero ¿y entonces qué hace?
Extraído de la sección
CIENCIA Y TÉCNICA del diario Clarín, Buenos Aires, martes 31 de julio de
1990. Autor de la nota: Leonardo Moledo
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