Uno alto, otro sin
ley
así dos hablando están.
Yo soy Alejandro, el rey
y yo Diógenes el can.
Vengo a hacerte
más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? Yo nada.
Que no me quites el sol.
Mi poder es...
asombroso,
pero a mí nada me asombra.
Yo puedo hacerte dichoso.
Lo sé: no haciéndome sombra.
Tendrás riquezas
sin tasa;
un palacio y un dosel.
Y para qué quiero casa
más grande que este tonel?
Ricos manjares
devoro.
Yo con pan duro me allano.
Bebo el Chipre en copas de oro.
Yo bebo el agua con la mano.
Toda la Tierra
iracundo,
tengo postrada ante mí.
Y eres el dueño del mundo
no siendo dueño de tí?
Yo sé, que del
orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.
Adiós, pues romper
no puedo
de tu cinismo el crisol.
Adiós. Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol.
Y al partir, con
mutuo agravio,
uno altivo, otro implacable,
Miserable, dice el sabio;
y el rey dice: Miserable.
Poema
facilitado por una profesora hace muchos años en donde cuenta un
entredicho en Alejandro Magno y Diógenes -el basador del cinismo.
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